sábado, 7 de mayo de 2016

Las etapas de la vida mística según santa Teresa de Ávila La decisión de buscar a Dios en nosotros, apoyándonos en Él es la puerta de entrada a la vida espiritual


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1. Al final de su viaje espiritual, Teresa de Jesús escribió el libro de Las moradas, donde compara nuestra alma –el hogar de Dios– con un castillo.
Las primeras moradas corresponden a la entrada en la vida espiritual y son el fundamento de todo lo posterior.
Teresa de Ávila se apoya en particular en cuatro citas bíblicas:
· “En la casa de mi Padre hay muchas moradas” (Juan 14:2), que evoca, según la santa, a este “castillo interior”.
· “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Juan 14:23), que es como un resumen del itinerario espiritual que ella explica.
· “Mis delicias son con los hijos de los hombres”, (Proverbios 8:31), que muestra que nosotros somos el paraíso de Dios.
· Y “Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza”, (Génesis 1:26), que es la prueba de que fuimos creados para amar como Dios ama, porque Dios es amor. La voluntad de Dios es que nos amemos como él nos ama.
2. Las primeras moradas son el pórtico de entrada en la vida espiritual. Lo franqueamos con la decisión de buscar a Dios en nosotros, apoyándonos en Él, puesto que la peor de las miserias para santa Teresa de Jesús es la de vivir sin Dios, incluso la de imaginar que podemos hacer el bien sin Dios.
Los cuatro frutos de las primeras moradas, que madurarán a lo largo de nuestro camino espiritual, son la libertad, la humildad, desasimiento y, sobre todo, la caridad, que es el fin y la culminación.
Las segundas, terceras y cuartas moradas permitirán profundizar en la vida espiritual entendida como un camino hacia Dios, una búsqueda de Dios entendido como una participación progresiva en la vida divina.
Este don es gratuito, pero debemos estar determinados a recibirlo, para hacer de este recibimiento el centro de nuestras vidas y, así, purificar el lugar de nosotros donde habita Dios.
Es Dios quien nos hace pasar de una morada a otra, cuando quiere y de la forma que quiere.
3. Las segundas moradas conciernen a la purificación de nuestra relación con el mundo. El arma utilizada para triunfar aquí es la fe en Cristo y la confianza en que vendrá a liberarnos (cf. Gálatas 5:1).
4. Las terceras moradas son las relacionadas con la clarificación de la relación con uno mismo. Corremos el riesgo de ser como aquel joven rico que tuvo un buen comienzo, pero que termina finalmente todo triste.
El reto de esta tercera morada es el de reconocerse como un “siervo cualquiera” que lo recibe todo de Dios.
5. Las moradas cuartas son las relativas a ahondar en nuestra relación con Dios. Se instaura progresivamente una gran paz en las profundidades de nuestra alma. La confianza, la humildad y la gratitud son realidades que se van viviendo cada vez más profundamente.
6. La entrada en las quintas moradas marca una transición: no pasamos de las cuartas a las quintas moradas de la misma forma que pasamos de las segundas a las terceras o de las terceras a las cuartas.
Consideramos nuestra vida no tanto como un camino hacia Dios, sino que experimentamos a Dios viviendo en nosotros, como explica la frase de san Pablo: “¡ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí!” (Gálatas 2 :20).
El deseo de amar es más intenso; al recibir una vida nueva, perdemos nuestros puntos de referencia antiguos y nuestras seguridades habituales.
7. Las moradas sextas consisten en “compromisos espirituales”: hay una alternancia de sufrimientos ligados al sentimiento de ausencia de Dios y experiencias muy profundas de la presencia de Cristo. Aquí interviene una dilatación aún más profunda del corazón y del deseo de Dios.
El arma utilizada a través de este trance es siempre la vuelta a la santa humanidad de Cristo: Jesús se une a nosotros en nuestra debilidad humana para transformarla, para revitalizar nuestro deseo de amar en comunión con él.
8. Las séptimas moradas, al fin, son el punto de culminación definido por la unión con Dios en el “matrimonio espiritual”. Este matrimonio espiritual le fue concedido a santa Teresa de Jesús el 18 de noviembre de 1572.
La unión con Dios es una participación profunda del deseo de Dios de salvar a todas las personas.
A través del matrimonio espiritual todo queda transformado y se recibe un renovado deseo de vivir asumiendo nuestra condición y nuestros compromisos terrenales de manera aún más concreta y sin huir de la realidad.

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