Mis días favoritos son los Jueves Eucarísticos.
Me levanto feliz sabiendo que algo extraordinario está por ocurrir. Desde hace mucho las grandes cosas en mi vida pasan los jueves Eucarísticos. A veces me inquieto por algo y de pronto recuerdo que es miércoles:
“Mañana es Jueves iré a ver a Jesús”. Me animo sabiendo todo saldrá bien.
No tienes idea la alegría, cómo me conforta y me alienta a continuar en cada visita. La vida no es sencilla. Lo sé bien. Tengo 4 hijos y junto a mi esposa Vida nos ha tocado sacar adelante nuestra familia.
He visto milagros patentes que han ocurrido tras una visita a Jesús en el sagrario. Y no tengo la menor duda. Allí está Jesús. Y para Él no hay nada imposible…
Cada vez que voy a comulgar y el sacerdote levanta la hostia santa frente a mí, la miro largo, con amor, el mayor tiempo posible y pienso: “Te amo Jesús”. Entonces comulgo y le digo:
“Te tengo, Ahora eres mío”.
Siento que esto le agrada. Sonríe y me responde feliz:
“Te tengo Claudio. Ahora eres mío”.
Mientras escribo estas líneas experimento la dulce presencia de Dios. Sientes que te envuelve un amor tan grande que se desborda. Y quieres retenerlo para siempre.
Eres capaz en ese instante de abrazar a tu enemigo y decirle mirándolo a los ojos: “Te perdono”.
He seguido el consejo del sacerdote que durante su homilía nos dijo:
“Si un día piensas en Jesús en el sagrario y estás lejos, envía a tu Ángel custodio a saludarlo”.
“Anda ángel mío. Ve al sagrario y saluda a Jesús de mi parte. Dile que le quiero mucho y que deseo amarlo más”.
Cuánto nos ama el buen Jesús. Nunca dejo de sorprenderme.
“Dulcísimo Jesús, perdóname. Te he fallado tantas veces y siempre estás en ese sagrario para mí. ¿Cómo puedes amarnos tanto? Eres mi mejor amigo, ¿lo sabes? Jesús dame la gracia para mar más y perdonar y ser justo en mis palabras y pensamientos y actos”.
Te ha ocurrido que pasando una dura prueba le preguntas: “¿Dónde estás?”Y sientes que te responde: “Aquí a tu lado, en ti, contigo”.
En esos momentos tan difíciles que enfrentamos corro a ver a Jesús en el sagrario. Me espera con su sonrisa, su alegría y su mirada amorosa. Me asomo a la puerta del oratorio y le digo:
“Llegué Jesús”.
Imagino que sonríe y me dice:
“Gracias Claudio por venir”.
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