Vencer los obstáculos, seguir adelante cuando las fuerzas parecen fallar, ser constante, no desesperar nunca de llegar a la meta, creer que tu puedes, que hay dentro de tí una fuerza que te transforma y te hace superar tus propios miedos… Hablamos del deporte, pero ¿acaso no decía san Pablo que el cristiano es un atleta que se prepara para llegar a la meta?
No todos podemos correr un maratón, pero hay una carrera en la vida que todos estamos llamados a correr. Y el premio no es ganar, sino llegar a la meta. Es la carrera por la santidad: "olvidando lo que queda atrás, me lanzo a lo que está por delante, y corro en dirección a la meta, para alcanzar el premio del llamado celestial que Dios me ha hecho en Cristo Jesús".
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