Es difícil describir el dolor que Jesús sintió, y que ya le puso al borde de la muerte
Al borde de la muerte
Después de la oración en el Getsemaní, Jesús estaba muy débil
Por la mañana del viernes, Jesús es presentado ante Pilatos, quien no ve en él culpa alguna. Ante la insistencia del pueblo judío, instigado por los sumos sacerdotes, manda azotarlo antes de ser crucificado. La condena de Pilatos se corresponde con un crimen judicial, pues sabiendo que Jesús es inocente, lo condena a muerte.
La flagelación
Los soldados del gobernador atan a Jesús a una columna para ejecutar la condena: la flagelación romana se aplicaba a la espalda y caras posteriores de muslos y piernas.
Los flagelum –instrumentos con los que se flagelaba- solían tener tres correas en el extremo del mango. En cada una de ellas se anudaban tres bolas metálicas o trozos de hueso, de manera que cada golpe se multiplicaba por tres y desgarraba la zona golpeada. Solían ser dos los verdugos, uno a cada lado.
Se nos hace difícil imaginar el dolor extremadamente agudo generado en una piel debilitada por insuficiente perfusión después de la vasoconstricción cutánea por la tensión emocional en la agonía del huerto.
El tronco, tanto en el pecho como en la espalda, presenta numerosas lesiones: contusiones en forma de equimosis (manchas rojas cutáneas producidas por extravasación de sangre) y hematomas, algunas de ellas de carácter longitudinal, representando la impronta de los flagelos.
Por la violencia y reiteración de los golpes, se pudieran haber producido en algunas zonas cutáneas, soluciones de continuidad, apareciendo heridas contusas longitudinales, erosiones (arañazos superficiales) y escoriaciones (arañazos profundos).
En algunas partes del cuerpo, las heridas contusas son especialmente profundas, produciéndose un gran desgarramiento cutáneo, subcutáneo y de músculos torácicos que pudieron dejar las costillas al descubierto. También son desagarrados músculos abdominales, de extremidades superiores e inferiores e incluso de la región posterior del cuello.
Teniendo en cuenta la postura del reo atado a la columna, es casi seguro que todas estas heridas predominen en la parte posterior del tronco. La gran cantidad de golpes que impactan en los mismos lugares produce la serie de lesiones mencionadas que son similares a las que se conocen como síndrome de aplastamiento.
El dolor es incalificable. El organismo intenta atenuar este dolor con estos procesos fisiológicos:
a) Liberación de opiáceos endógenos y encefalinas que contribuyen a aliviar algo el sufrimiento, en los primeros latigazos. Después, el control endógeno del dolor se hace mucho más ineficaz.
b) Se pone en marcha otro mecanismo automático e inconsciente de defensa frente al dolor, que consiste en el llamado reflejo masivo corporal flexor,que incluye reducir la movilidad al mínimo. La reducción de movilidad en el tórax implica disminución de la actividad respiratoria: se producen muchas respiraciones superficiales, ventilación pulmonar insuficiente; falta aporte de oxígeno en el organismo (hipoxia hipoxémica), se acumula dióxido de carbono en los tejidos (hipercapnia) con la consecuente acidosis respiratoria. A este reflejo se suma una dificultad y restricción respiratoria por la lesión traumática de músculos respiratorios en cuello y tórax.
Al borde de la muerte
Las grandes lesiones traumáticas producidas en tórax y abdomen podrían perfectamente haber causado irritación de las dos membranas que recubren los pulmones -pleuras- y contusiones renales. Aparte de un posible comienzo de insuficiencia renal, podría haber comienzo de pleuritis con edema pleural: es decir, acumulación patológica de líquido en el espacio interpleural, que dificultaría físicamente el movimiento del corazón en el ciclo cardiaco, y la expansión y retracción de los pulmones en el ciclo respiratorio.
Las hemorragias de la flagelación no tienen porqué ser muy profusas, pues las lesiones no son todas muy profundas, y por lo tanto, no afectan a grandes arterias o venas. Sin embargo, al ser una extensión muy amplia de la piel comprometida en la flagelación, la pérdida sanguínea se va acumulando y puede llegar a ser de uno o dos litros. Esta pérdida de sangre aumenta el riesgo de un shock. Para compensar las pérdidas se ponen en marcha sistemas reguladores renales, cardíacos, y hormonales.
Sin embargo, la pérdida de dos litros (40% del volumen sanguíneo normal) es ya muy severa, pues supone una pérdida significativa de sangre: la presión arterial puede caer a niveles tan bajos que conduzcan irremisiblemente a la muerte. Los mecanismos de compensación pueden ser incapaces de mantener durante mucho tiempo su función, y el sujeto fallece por la hemorragia masiva, cosa que efectivamente no sucedió en Jesús al final de la flagelación.
La intensa hemorragia origina fiebre. Además, seguramente comenzó un proceso de infección, por lo que puede instaurarse un shock séptico.Lo que es seguro, es que Jesús estaba en estado de shock al cargar con la cruz, que se acentuó después con la crucifixión.
Conviene tener en cuenta múltiples y graves consecuencias de este shock: insuficiencia cardiaca, reflejos nerviosos compensadores de la función cardiovascular y respiratoria resentidos, alta concentración de dióxido de carbono en sangre, microcoágulos por la propia acidez y la sangre “estancada”, aumento de la presión capilar acompañada de edemas -tanto periféricos como pulmonares-, liberación de toxinas por parte de tejidos isquémicos o mal oxigenados, absorción de bacterias por el bajo aflujo sanguíneo intestinal y deterioro celular generalizado, especialmente relevante en músculo, corazón, riñones, sistema nervioso central e hígado.
Una gran entereza
Como se ha dicho, la flagelación se realizó sobre una piel muy isquémica, y por tanto, muy debilitada; los azotes produjeron, casi con certeza, la ruptura masiva de células: citólisis. El potasio celular se vierte en grandes cantidades a la sangre, alterando el equilibrio de los iones en elorganismo. El aumento de potasio en sangre, aparte de producir acidosis metabólica -que se suma a la acidosis respiratoria-, compromete gravemente la función cardíaca, dado que el aumento excesivo de potasio en sangre afecta seriamente a los procesos de estimulación eléctrica del corazón.
Es posible que se instaurara una hiperbilirrubinemia, que consiste en un aumento de bilirrubina en sangre. La bilirrubina es un pigmento orgánico de color amarillo-anaranjado que resulta de la degradación de hemoglobina. Como ya se ha mencionado, la flagelación debió de provocar la ruptura de gran multitud de células, entre ellas, los glóbulos rojos, portadores de hemoglobina. El resultado de la flagelación es un vertido masivo de hemoglobina que, posteriormente, es degradada a bilirrubina.
Por otra parte,la elevación de los niveles de cortisol en plasma como consecuencia del fortísimo stress psíquico y físico que venía sufriendo desde la última cena, impiden la eliminación biliar de bilirrubina yde múltiples sustancias. Estas dos causas incrementan la bilirrubina en sangre, que en gran cantidad es extremadamente tóxica para las neuronas, y puede producir episodios de descoordinación motora, confusión mental y cierta descoordinación intelectual.
El Evangelio no describe en ningún momento ningún dato de alteraciones neurológicas ni psíquicas en Jesús. Todo lo contrario: la capacidad de sufrir, perdonar y aceptar la Pasión revelan una integridad espiritual, psíquica y neurológica. El cuerpo humano de Cristo resistió con especial fortaleza esa condición fisiopatológica.
Por las graves lesiones traumáticas de la flagelación se empiezan a formar coágulos con posibilidad de taponar arterias coronarias, vasos pulmonares y cerebrales, pudiéndose provocar pequeños infartos en algunas regiones. Posible angina de pecho, que provoca un fuerte dolor estrangulante y opresivo.
Los latigazos podían ser varios cientos, dependía de la voluntad del lictor y de la saña de los sayones. La mayor parte de los reos fallecían en el suplicio, por shock hipovolémico, séptico y fallo cardiorespiratorio. Es difícil describir el dolor inefable, paroxístico, en la perfecta naturaleza humana de Jesús.
Por Santiago Santidrián. Catedrático de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra. Artículo originalmente publicado por Primeros Cristianos
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