
Contigo me siento como un viajero que lleva un diario y lo comparte cada día.Te muestro lo que veo a mi alrededor, lo que pienso. He compartido contigo mis dudas, mis esperanzas, mis alegrías, mi fe. Y te agradezco tu compañía.
Siento que Dios me pide: “Escribe Claudio”. Y es lo que hago. No me complico con palabras rebuscadas ni pensamientos elevados. Lo sencillo siempre será lo mejor.
He comprobado que la cercanía de Dios se vive mejor cuando eres humilde y sencillo.
Curiosamente ambas cosas son las que más me cuestan. No sé si te ocurrirá igual. Ser humilde en ocasiones es toda una proeza, una hazaña, más que una virtud.
Una vez leí sobre san Martín de Porres que caminando distraído con su famosa canasta de la que proveía a los pobres de pan y esperanza, choca de frente contra un hombre de alcurnia. Éste empieza a insultarlo con las palabras más furiosas que puedas imaginar: “Bestia, animal…” El santo baja su mirada ante el agravio, sonríe con humildad y responde: “Si su excelencia me conociera mejor, sabría que soy mucho peor que todo eso”.
Cuando deseo aprender a ser humilde me recuesto en el regazo de nuestra Madre del cielo, la más bella, y humilde de todas. La más pura, la llena de gracia.
Suelo pedirle tres cosas:
- Hazme humilde, que muy lejos estoy de la humildad.
- Dame una pizca de tu amor, para amar a Jesús como tú lo amas.
- Cúbrenos con tu santo manto.
Una vez te conté que uno de mis sueños es ir con mi familia a Fátima, participar de la procesión de las velas y cantar a viva voz el Ave María y honrar en lo pequeño a nuestra Madre celestial.
Qué bella es María, nuestra madre del cielo.
Amar a Maria ha sido una de las grandes alegrías que he tenido en mi vida. Nuestra dulce madre y el buen Jesús en el sagrario me proveen todo lo que necesito. Pero yo, como soy testarudo, en ocasiones descuido la oración y mi vida espiritual.
Cada vez que esto ocurre acudo a nuestra Madre, como un hijo que le confiesa a su mamá una travesura. Y siento su abrazo maternal, su hermosa sonrisa y sus palabras señalando a su Hijo: “Haz Claudio, lo que Él te diga”.
El buen Jesús siempre me dice lo mismo, lo que más cuesta, lo que a veces parece imposible:
“Ama mucho. Ama más. A tu prójimo. Al que te ha hecho daño”.
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