viernes, 24 de junio de 2016

- El águila: Juan. Mateo se simbolizó con un ángel (un hombre con alas) porque su evangelio comienza con la lista de los antepasados de Jesús, el Mesías: Mt 1,1-16. Esta lista es de gran valor para este evangelio porque presenta a Jesús como hijo de David (el más importante de los reyes) e hijo de Abrahán (el padre del pueblo de Dios). Mateo quiere afirmar que Jesús lleva a su perfección la historia del pueblo. Esta lista de mensajes tiene tres períodos de generaciones (3=número perfecto), y cada uno de los períodos se compone de catorce generaciones (14=7+7, número perfecto). Las mujeres también juegan un papel importante en esta genealogía; se trata de Tamar, Rajab, la mujer de Urías (Betsabé) y María. Son mujeres comprometidas con la justicia. Por eso Mateo las incluye en la lista. Marcos se simboliza con un león porque su evangelio comienza con la predicación del Bautista en el desierto, donde había animales salvajes. Su evangelio fue el primero en escribirse (en la década de los años 60 después de Cristo) y sirvió como texto de catequesis para los que se preparaban para recibir el bautismo. Es el evangelio más corto y el hecho de que comience presentando a Juan Bautista en el desierto es muy importante. Para el pueblo de la Biblia, el desierto representaba, entre otras cosas, el lugar donde se fraguan los nuevos proyectos. Esto es lo que hizo el pueblo de Dios cuando salió de la esclavitud de Egipto. Juan Bautista se da a conocer en el desierto, lo que pone de manifiesto que está preparando al pueblo para la gran novedad que supone la vida y las prácticas de liberación de Jesús. Partiendo de Am 3,8, podemos afirmar que la voz del león simboliza la voz de los profetas que denuncian la violación de los planes de Dios Ap 10,3. Por tanto, Juan Bautista es el profeta que denuncia la injusticia y que apunta a la novedad que aportará Jesús. Lucas se ha simbolizado mediante un buey o un toro porque su evangelio comienza con la visión de Zacarías en el Templo, donde se sacrificaban animales como bueyes, terneros y ovejas. El evangelio de Lucas comienza y termina en el Templo; los Hechos de los apóstoles constituyen la segunda parte del evangelio de Lucas. Si en el evangelio encontramos el camino de Jesús, en los Hechos tenemos el camino de las comunidades que siguieron a Jesús. El libro de los Hechos termina llegando Pablo a Roma, ciudad que, para Lucas, representa "los confines del mundo". Juan es representado por un águila, la mirada dirigida al sol, porque su evangelio se abre con la contemplación del Jesús-Dios: Jn 1,1. El evangelio de Juan fue el último en aparecer, y no se escribió en pocos días. Lo escribieron los discípulos de Juan. Una de las características del Jesús del evangelio de Juan es esta: el Maestro nos conoce a cada uno de nosotros mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos: Jn 1,48. Poco más adelante dice que Jesús "no necesitaba que le informasen de nadie, pues él conocía muy bien el interior del hombre." (Jn 2,25). Los símbolos de cuatro evangelistas surgieron a partir de Ez 1,10. En Ap 4,6-10 hay cuatro vivientes con ese aspecto, pero no se refieren a los evangelistas. Quien comulga tiene dentro de sí a Jesús, tanto como María lo tuvo durante los nueve meses del embarazo”. Así de grande es el sacramento de la Eucaristía Por: P. Eduardo María Volpacchio | Fuente: www.revistamision.com “Quien comulga tiene dentro de sí a Jesús, tanto como María lo tuvo durante los nueve meses del embarazo”. Así de grande es el sacramento de la Eucaristía, que nos permite nutrirnos de Cristo y degustar el Cielo en la Tierra. Si nuestro cuerpo va a ser morada del mismo Jesús, ¿hay algo que podamos hacer para recibirlo mejor? ¿NO ES una locura pensar que en un trozo de pan está el mismo Cristo? Es cierto, es una locura. Solo Dios pudo haber pensado y hecho algo tan grande. Pero desde el punto de vista del amor, es muy razonable. Cuando una madre tiene a su bebé en brazos, llena de amor, lo abraza y, como le parece poco besarlo, le dice: “te comería”. Es lo que Dios hace: hace posible que lo comamos. Y, para ello, eligió un alimento humilde, senci­ llo y al alcance de todos. ¿De qué modo está presente Cristo en e lpan y en el vino? La Eucaristía esconde a Jesús. Todo Jesús está presente detrás de la aparien­ cia de pan. Quien comulga tiene dentro de sí a Jesús, tan real y físicamente como María lo tuvo durante los nueve meses del embarazo. Obviamente, de un modo distinto: escondido tras las figuras del pan y el vino ¿Para qué comer la hostia consagrada en lugar de simplemente venerarla? Porque Cristo se quedó precisamente para que lo comamos; si no, hubiera ele­ gido otro modo de quedarse. Cuando lo instituye, dice “tomad y comed”, no “tomad y venerad”... ¡Se quedó para alimentarnos! No solo para adorarle... El sentido radical de la Eucaristía es comida. Lo comprobamos al repasar el capítulo 6 del Evangelio de Juan: comienza con la multiplicación de los panes (con las que se sacia el ham­ bre material), pasa a hablar del maná (el pan del Cielo, con el que Dios ali­ mentaba todos los días al pueblo en el desierto) y es en ese contexto en el que Jesús promete la Eucaristía (el pan de la vida eterna: su mismo ser). ¿Qué nos aporta comulgar? Todo. Diviniza nuestra vida. Nos aporta lo esencial, aquello que engrandece nuestra vida y la hace eterna: la vida de Cristo, la vida eterna, vivir en Dios. Y para que nuestra unión a Él sea plena, se nos da como alimento. Para santi­ ficarnos, purificarnos, divinizarnos, fortalecernos, hacernos crecer, llenar nuestra vida de Él mismo... Lo más grande que podemos hacer en nuestra vida es alimentarnos con Cristo, hacer­ nos una “cosa” con Él. ¿Qué efectos puede tener en nuestra vida comulgar con asiduidad? Todos los beneficios que alimentarse produce en el cuerpo, los produce la Eucaristía a todos los niveles, en cuerpo y alma. No es un alimento solamente espiritual: ¡nos comemos su cuerpo y nos bebemos su sangre! En nuestra existencia corpórea no basta con comer una vez, necesitamos alimentarnos con frecuencia y, gracias a la comida, tenemos energía... El fin de la vida cristiana es cristificarnos, identificarnos con Él. Y, para ello, nece­ sitamos una fuerza divina que nos transforme: esa fuerza nos la brinda la Eucaristía . Al recibirlo con frecuencia, ¿no podría­ mos trivializar la grandeza del acto? Hemos de estar atentos para que la faci­ lidad con que se nos entrega no nos haga perder conciencia de la grandeza del don. Sería triste acostumbrarnos a comulgar y hacerlo como si no fuera algo especial. La solución para desearlo más no es espaciar en el tiempo las comuniones, sino evitar el peligro de la rutina. Y el gran remedio para la rutina es la oración: cuando meditamos en la grandeza de la Eucaristía nos enamo­ ramos del amor que Dios nos tiene. El tesoro es tan grande –es Dios– que nunca acabaremos de abarcarlo. ¿Debemos comulgar aunque nos sinta­ mos indignos de recibir a Cristo? Hay personas que dejan de comulgar porque se sienten indignas... Pero, por más indignos que nos sintamos, con­ viene que comulguemos si cumplimos con las dos condiciones básicas para recibir la comunión: estar en gracia y guardar una hora de ayuno. ¿Por qué hay que guardar ayuno? Es una forma de garantizar la delica­ deza con nuestro Dios. Si vamos a recibirlo, privarnos de alimentos y bebidas (menos de agua y de medi­ camentos, los cuales no rompen este ayuno) una hora antes de comulgar es una manera de prepararnos para algo tan grande. Esta condición no se les exige a las personas mayores ni a los enfermos. Si estoy en gracia y cumplo con la hora de ayuno, es bueno que comulgue por más indigno que me sienta ¿Qué es el estado de gracia? La gracia es una participación de la vida divina. Nos introduce en la vida de la Trinidad, ya que nos hace parti­ cipar de la filiación del Hijo: hijos de Dios Padre, en el Hijo, por la acción del Espíritu Santo. La recibimos en el Bautismo y la perdemos cuando cometemos un pecado mortal. Si la perdemos, la recuperamos en el Sacramento de la Penitencia. ¿Y si se comulga en pecado mortal? Se comete un sacrilegio, que es pecado grave por el mal uso de lo sagrado. Dejar de comulgar no es pecado; hacerlo indig­ namente, sí. Por esto, si uno duda si está en pecado mortal, siempre es mejor no comulgar; salvo en el caso de los escru­ pulosos, que son aquellos que creen estar en pecado mortal, sin estarlo. Por tanto, ¿no es obligatorio comulgar cada vez que asistimos a misa? Durante la misa, solo es obligatoria la comunión del sacerdote. Los fieles no tienen esta obligación, pero es muy conveniente comulgar cuando partici­ pamos en esta gran celebración. Eso sí, si uno no está en gracia o no cumple con el tiempo de ayuno, no debe comulgar. Los católicos que tienen uso de razón tienen la obligación de comulgar al menos una vez al año, en Pascua. ¿Y para qué nos sirve ir a misa si no podemos comulgar? La misa es el centro de nuestra vida. En ella nos unimos a la ofrenda de Cristo, al Padre, y así esta recibe un valor de eternidad. Esto no es por la comunión, sino por la participación en la misa. Y, en muchísimos casos, la solución es sencilla: buscar un sacer­ dote para confesarse. Si no estamos seguros de si podemos comulgar, ¿qué debemos hacer? Si esa duda tiene fundamento (“dudo si un pecado que cometí es grave”) hay que dejar de comulgar. Es mejor no comulgar que cometer un sacrilegio. Si la duda no tiene fundamento (“dudo de que, a lo mejor, podría tener un pecado grave”), hay que despreciar la duda y comulgar. ¿Comulgar sin Confesarse? ¿Se puede recuperar el estado de gracia antes de confesarse? Sí, haciendo un acto de perfecta contrición, con el propósito de confesar tan pronto como sea posi­ ble. ¿Puedo comulgar si hago un acto de contrición perfecta? Para comulgar se debe estar en estado de gracia: esto no tiene excepción. Como un acto de contrición perfecta devuelve la gracia, en tal caso se cumpliría con dicha condición. ¿Cómo sé que mi acto de contrición ha sido perfecto? Para custodiar la Eucaristía y evitar sacrilegios, la Iglesia prescribe que quien tenga conciencia de haber cometido un pecado grave no comulgue sin haberse confesado antes. ¿Hay alguna excepción que permita comulgar sin haberse confesado? Los preceptos de la Iglesia no obli­ gan cuando existe una dificultad grave en su cumplimiento. Cuando una persona no puede confesarse y debe comulgar (algo poco frecuente), podría lícitamente comulgar haciendo antes un acto de contrición perfecto. Es el caso, por ejemplo, de un sacerdote que ha cometido un pecado grave y, no teniendo con quien confe­ sarse, debe celebrar misa (ya que no puede celebrarla sin comulgar). En el caso de los laicos no parece que esto se dé, salvo en casos muy extraordinarios.



Tradicionalmente se suele representar a los cuatro evangelistas mediante cuatro símbolos.
El orden en el que aparecen en el Nuevo Testamento son:
- El ángel (un hombre con alas): Mateo.
- El león: Marcos.
- El buey: Lucas.

- El águila: Juan.

Mateo se simbolizó con un ángel (un hombre con alas) porque su evangelio comienza con la lista de los antepasados de Jesús, el Mesías: Mt 1,1-16. Esta lista es de gran valor para este evangelio porque presenta a Jesús como hijo de David (el más importante de los reyes) e hijo de Abrahán (el padre del pueblo de Dios). Mateo quiere afirmar que Jesús lleva a su perfección la historia del pueblo. Esta lista de mensajes tiene tres períodos de generaciones (3=número perfecto), y cada uno de los períodos se compone de catorce generaciones (14=7+7, número perfecto). Las mujeres también juegan un papel importante en esta genealogía; se trata de Tamar, Rajab, la mujer de Urías (Betsabé) y María. Son mujeres comprometidas con la justicia. Por eso Mateo las incluye en la lista.

Marcos se simboliza con un león porque su evangelio comienza con la predicación del Bautista en el desierto, donde había animales salvajes. Su evangelio fue el primero en escribirse (en la década de los años 60 después de Cristo) y sirvió como texto de catequesis para los que se preparaban para recibir el bautismo. Es el evangelio más corto y el hecho de que comience presentando a Juan Bautista en el desierto es muy importante. Para el pueblo de la Biblia, el desierto representaba, entre otras cosas, el lugar donde se fraguan los nuevos proyectos. Esto es lo que hizo el pueblo de Dios cuando salió de la esclavitud de Egipto. Juan Bautista se da a conocer en el desierto, lo que pone de manifiesto que está preparando al pueblo para la gran novedad que supone la vida y las prácticas de liberación de Jesús. Partiendo de Am 3,8, podemos afirmar que la voz del león simboliza la voz de los profetas que denuncian la violación de los planes de Dios Ap 10,3. Por tanto, Juan Bautista es el profeta que denuncia la injusticia y que apunta a la novedad que aportará Jesús.

Lucas se ha simbolizado mediante un buey o un toro porque su evangelio comienza con la visión de Zacarías en el Templo, donde se sacrificaban animales como bueyes, terneros y ovejas. El evangelio de Lucas comienza y termina en el Templo; los Hechos de los apóstoles constituyen la segunda parte del evangelio de Lucas. Si en el evangelio encontramos el camino de Jesús, en los Hechos tenemos el camino de las comunidades que siguieron a Jesús. El libro de los Hechos termina llegando Pablo a Roma, ciudad que, para Lucas, representa "los confines del mundo".

Juan es representado por un águila, la mirada dirigida al sol, porque su evangelio se abre con la contemplación del Jesús-Dios: Jn 1,1. El evangelio de Juan fue el último en aparecer, y no se escribió en pocos días. Lo escribieron los discípulos de Juan. Una de las características del Jesús del evangelio de Juan es esta: el Maestro nos conoce a cada uno de nosotros mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos: Jn 1,48. Poco más adelante dice que Jesús "no necesitaba que le informasen de nadie, pues él conocía muy bien el interior del hombre." (Jn 2,25). Los símbolos de cuatro evangelistas surgieron a partir de Ez 1,10. En Ap 4,6-10 hay cuatro vivientes con ese aspecto, pero no se refieren a los evangelistas.


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