viernes, 3 de junio de 2016

¿Cómo corregir a alguien sin que se sienta juzgado? Hasta la Biblia dice que no es fácil...


Perdón
© YouthQuake Live

Jesús nos dice: “No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados, perdonad y seréis perdonados” (Lucas 6,37). Pero nos invita también a la “corrección fraterna” y a amonestar a quien comete un acto malo. ¿Cómo se pueden seguir estas dos enseñanzas? (Carta firmada)
Responde Francesco Carensi, profesor de Sagrada Escritura en la Facultad teológica de Italia central.
El evangelio de Lucas 6,37 delinea cuál debe ser el comportamiento del discípulo de todo tiempo, llamado a vivir la misericordia. Esa es “la sustancia misma del evangelio”, dice el papa Francisco. Y afirma también que si no sabemos unir la compasión a la justicia, acabamos siendo “inútilmente severos y profundamente injustos”.
Pero debemos confesar que lo que de Jesús escandaliza aún no son las palabras de juicio, no son sus actos, porque se reconoce que “hace el bien” (Mc 7,37). Lo que en realidad escandaliza es la misericordia interpretada por Jesús de un modo que es opuesto a lo que piensan las personas religiosas, en las que podemos reconocernos cada uno de nosotros.
En esta actitud de amor se inserta el tema de la corrección fraterna. Muchos pueden pensar que la misericordia consiste en permitir todo, casi desinteresándose de la vida del otro. Pero esta no es la misericordia evangélica, que en cambio se confronta con la vida del otro, que toma en serio la historia de los hombres, sobre todo de los que se cansan en el camino, y que, por la fragilidad común a todos, pueden equivocarse, vivir una experiencia de fracaso, ser incluso causa de caída para otras personas.
La corrección fraterna en cambio es la superación de la indiferencia, y es una de las actitudes cristianas más decisivas para la salvación del individuo y de la misma comunidad cristiana, la Iglesia. Si uno no se siente guardián, responsable del hermano, del otro (Gen.4,9), entonces se vive para uno mismo, sin mirar a los demás, y de hecho se colabora al crecimiento del mal.
Entre las obras de misericordia, que este año estamos llamados a descubrir, está “amonestar a los pecadores”. Así que la corrección fraterna está en el corazón de la vida eclesial, e incluso está indicada como necesaria por las palabras de Jesús, contenidas en el evangelio.
Pero ¿cómo practicarla? Ante todo prestando atención unos a otros (Hb,10,24), Pero sólo si se mira con atención al Señor, uno es capaz de acompañar con cuidado a los hermanos, y ver al otro en la verdad, intentando separar el mal realizado de la persona que lo ha cometido (el viejo dicho, no es lo mismo el pecado que el pecador).
Corregir, por tanto, es una dimensión de la caridad cristiana. No hay que callar ante el mal. En el evangelio de Mateo, al capítulo 18,15-17, leemos algunas indicaciones dadas por Jesús: la corrección tiene que hacerse en tres etapas: “entre tu y tu hermano”, para que el hermano se revise y el mal no sea conocido por otros; después, si es necesario, la corrección deben hacerla dos o tres, para que quien se ha equivocado sea ayudado por más personas a arrepentirse; si esto no es suficiente, hay que recurrir a la corrección en medio de la asamblea.
Si no, trátalo como a un pecador; es decir, ve a estar con él, quédate en su casa, come con él y conviértelo con tu amor, como hizo Jesús con los publicanos y pecadores (Mc 2,13-17.).
En el nuevo testamento se pide muchas veces practicar la corrección fraterna (Rm 15,14; 2 Cor 2,6-8; Tt 3,10-11;), pero se observa cuán difícil es de llevar a cabo. Ara corregir es necesaria la humildad y el amor sincero, nunca se debe juzgar, como se lee en el texto de Lc 6,37: esto significa no considerarse nunca superiores a aquel al que se corrige, pues todos somos frágiles y necesitados del perdón del Señor. Por tanto, la corrección fraterna es una declinación de la misericordia que hay que vivir en la Iglesia y en medio de todos los hombres.




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