martes, 31 de mayo de 2016

Reflexiones sobre el catequista y la catequesis.




Queridos catequistas:
Como hace ya varios años, previos al día del catequista, les hago llegar una reflexión. Es como sentarnos a conversar, desgranando ideas; compartiendo convicciones y vivenciando experiencias que abren a esperanzas comunes. Este hábito de escribirles, se fue transformando año a año, en una buena costumbre.
“La catequesis del catequista”.  Fue éste el tema en el cual nos centramos en 2012, señalando que los catequistas somos hombres y mujeres de fe, y necesitamos ser permanentemente educados en la fe que anunciamos y profesamos. http://www.isca.org.ar/images/mail/carta-catequistas/index.htm .
Bajo el lema “Unidos para servir”,  afirmamos en 2013 que la verdadera catequista es la comunidad. La Palabra de Dios se hace eco en la experiencia de fe que viven sus miembros. Resuena en todo el espacio catequístico, que es la comunidad eclesial y se propaga, suscitando la fe naciente de los que se acercan y fortaleciendo la fe madura de sus integrantes. http://www.isca.org.ar/images/mail/carta-catequistas2013/index.htm
“Diálogo de catequistas.” Con este título nos invitamos mutuamente, en 2014, al diálogo a través del cual recordamos a los grandes catequistas de tiempo atrás. Algunos ya no están, otros nos siguen acompañando y su vida sigue siendo una llama encendida en medio de este tiempo complejo y desafiante. A nosotros nos toca hoy mantener la llama encendida de una catequesis que no sólo se vive, sino que también se piensa. http://www.isca.org.ar/images/mail/carta-catequistas2014/

“Cristo golpea a tu puerta”. En este año 2015 me comunico con ustedes después de haber realizado una misión a los catequistas referentes de una diócesis del conurbano bonaerense. Les acerco esta reflexión a partir de cuatro imágenes: “Cristo golpea a tu puerta”, “fuertes pilares y frescos manantiales, “transparencia del Primer Anuncio” y “la mesa común”.

Más vida a la vida
“El agua que yo les daré se convertirá en manantial que brotará hasta la vida eterna.” (Cfr. Jn. 4, 14 b)
Cristo golpea a tu puerta. Una experiencia de misión
Recorrer las parroquias fue para mí, como misionero, una verdadera experiencia espiritual: siempre distinta, siempre única y original. En muchas visitas se produjo el reencuentro entre los misioneros y los catequistas misionados. Se pudieron “reanudar” los vínculos. No empezaban de “cero”, sino que confirmaron en el abrazo conocido, que se remonta a tiempos atesorados. “Reanudar” es volver a tensar las hebras del tejido que nos mantienen siempre unidos en la misma vocación-misión compartida. En el revés de la trama, los nudos y en el derecho, la clara imagen que presenta el rostro de Jesús que queremos mostrar en la catequesis.
Con otros catequistas, fue posible estrenar la cercanía del vínculo. Ellos también se abrieron al encuentro y se reconocieron disponibles y compañeros de camino. Con todos se hizo la siempre enriquecedora experiencia de la mutua recepción y de reconocerse en el otro.
En cada parroquia la comunicación se iniciaba con los propósitos de la visita: “vinimos a visitarte para estar cerca, acompañarte, escucharte y ofrecerte nuestros servicios”. Este delicado ofrecimiento generó en muchos catequistas el deseo sincero de mostrar y contar qué estaban haciendo: las fortalezas, los aciertos, las dificultades y debilidades de la catequesis y de los catequistas. Se abrieron carpetas, cronogramas, relatos y agendas.  Y, entonces, con  fidelidad al propósito inicial, los misioneros reencauzaban el encuentro: “Vinimos a verte a vos. ¿Cuándo comenzaste a decir ‘soy catequista’? ¿Qué situación, anécdota o hecho puntual de tu vida como catequista dejaron una huella en tu existencia? ¿Quisieras compartirlos? ¿Cómo iniciaste este camino en la catequesis?”
En casi todas las visitas hubo una especie de sorpresa: se cerraron las carpetas y las agendas, y los ojos se alzaron en la búsqueda de recuerdos significativos en la maduración del llamado. Los rostros sonrieron, a las miradas asomaron algunas lágrimas y comenzaron los relatos de corazón a corazón. Las historias se ofrecieron generosamente ante los misioneros embargados por una gratitud que el Espíritu inspiraba. Ante la presencia de tanta vida, ellos repitieron en uno y en otro encuentro: “Vos siempre le hablás a la gente de Dios. Hoy nosotros te traemos su Palabra a vos”.
Los misioneros abrieron la Biblia y el Señor habló a la vida de cada catequista. La simple visita se transformó así en verdadera misión. Misioneros y misionados experimentaron juntos la misma auténtica alegría, la de los hijos de Dios.
Cuando ya casi se cerraba el encuentro, venía la invitación que convocaba a dar un paso más: “Ahora te invitamos a vos a ser misionero entre los catequistas de tu comunidad. Proclamá, para ellos, la Buena Noticia de sus vidas, ayudalos a sorprenderse con el Señor, que siempre nos sorprende y nos ayuda a renovarnos en la fe.”

Como fuertes pilares y frescos manantiales
Los catequistas misionados se revelaron como verdaderos referentes de la catequesis en sus comunidades. Sus rostros, sus palabras y sus gestos son vitales y están llenos de fuerza. Están  acostumbrados a animar, a acompañar y a impulsar. Bien viene aquí una imagen: la de los pilares que sostienen.
Catequistas que sostienen la catequesis cimentados en la vocación, como verdadera invitación de Jesús a llevar su Palabra; en la vivencia fraterna de la comunión; en el compromiso solidario con los más débiles y en la formación, como enriquecimiento en la experiencia y en el estudio.  A veces, pueden pasar desapercibidos, casi invisibles, porque siempre están allí, asegurando una y otra vez esas condiciones sin las cuales no tendría sustento el edificio.
Los catequistas saben acompañar. Mantienen a quienes acompañan en la distancia de la mirada. Están junto a ellos en una justa órbita que permite la autonomía y, a la vez, la cercanía que integra; da seguridad y sostén. En este tiempo en el que los fuertes vientos del cambio de época parecen arreciarlo todo, ellos saben equilibrar la tensión de la búsqueda con la quietud de lo esencial y permanente.
Estos catequistas referentes son también frescos como manantiales de agua viva. Han recorrido las últimas décadas arraigados en convicciones profundas que, ante los desafíos desconocidos, los mantienen despiertos y transparentes. La Palabra de Dios resuena en la hondura de sus conciencias y allí escuchan, también, la voz significativa de queridos catequetas que, alguna vez, les dejaron sus enseñanzas y reflexiones.
Frente a este cambio de época se sienten llamados a hacer una lectura crítica y esperanzada de aquellos aspectos que inciden de manera directa en la transmisión de la fe, a fin de encontrar nuevas formas que nos permitan compartir la alegría del encuentro con Jesús.”[1]Optan por navegar mar adentro en un tiempo oportuno para animar, con nuevo dinamismo, el movimiento catequístico.
Recuerdo a Frans De Vos, gran catequeta belga que actuó en la Argentina, y afirmo como él: “La catequesis no es un movimiento que puede estar o no en la Iglesia”, es esencial. Me permito agregar que la catequesis tiene algunos rasgos propios de los movimientos: un lenguaje específico; algunas costumbres; actitudes que se reiteran porque son propias del perfil catequístico; una conciencia de lo colectivo o, mejor aún, de pertenencia a la comunidad catequística y, sobre todo, una vitalidad inusitada que congrega y contagia dando nueva vida al compromiso y promoviendo las vocaciones. La catequesis tiene, en definitiva, una mística propia.
Desde una pequeña experiencia de misión en una diócesis del conurbano bonaerense, reafirmo el valor de promover el movimiento catequístico, contribuyendo a darle nueva vida y significado en los tiempos que corren. Los catequistas amamos la comunidad local a la que pertenecemos. Allí encontramos a Jesús vivo y presente en medio de todos. Al mismo tiempo, sabemos que el amor no puede encerrarse entre las cuatro paredes de un templo. “La misión es lo que el amor no puede callar.”[2]
El amor verdadero, el que viene de Dios que es amor, no permanece encerrado; se abre; se entrega; se expresa; se multiplica y se hace fecundo. No puede quedarse quieto y se hace misión. Se pone en camino, sale a la búsqueda, acompaña, recibe y envía. El movimiento catequístico cobra nueva vida en la misión porque se enlazan comunidades, se van tejiendo vínculos de pertenencia y comunión y se hace más visible la gran comunidad de catequistas de nuestra Iglesia. El movimiento catequístico nos invita hoy a la conversión misionera de la catequesis.

Transparencia del Primer Anuncio
Muchas prácticas catequísticas se resuelven  a través de procesos organizados en torno a la suposición de una fe inicial, que no siempre existe. Nos planteamos, entonces, la redefinición de caminos posibles para los que llegan a un  proceso catequístico sin fe o con una fe pequeña, olvidada, casi “adormecida”. La pluralidad y la diversidad de ofertas de todo tipo ponen a la persona en situación de reconfirmar y de validar sus opciones cristianas.
Por eso, hablamos de un Primer Anuncio, siempre necesario e impostergable en el inicio de un proceso catequístico, sino de una catequesis siempre misionera y kerigmática, que sale a buscarnos en las distintas etapas de nuestra vida, en las diversas “edades de nuestra fe” y en nuestros distintos lugares de encuentro teológico con Dios.
Los catequistas somos instrumentos de misión. “Una catequesis kerigmática o misionera es una catequesis de la propuesta que busca, atrae y propone siempre. No se trata de un discurso doctrinario estampado desde afuera y por la fuerza de la repetición o de la tradición, sino de un camino de experiencias siempre nuevas, que marcan profundamente la vida de las personas. Una catequesis que se resignifica, muchas veces en Primer Anuncio, para que éste se diferencie y, a la vez, se integre en  todo el proceso catequístico, otorgándole una fuerza renovadora y catecumenal. En la catequesis misionera todo anuncio transparenta el Primer Anuncio. Él es como una luz siempre viva en el ministerio de la Palabra: en la conversión primera, en la iniciación y en la formación permanente.”[3]
El catequista misionero es el que anuncia el Kerigma. Con Cercanía, apertura al diálogo, paciencia y una acogida cordial que no condena”[4] valora e invita a valorar la novedad de la fe y la experiencia cristiana. Realiza su profesión de fe en un lenguaje existencial, interpelando la libre y consciente respuesta de fe del catequizando. Para ello da el paso de la fe supuesta a la fe propuesta; no se limita a nutrir una fe ya en acto, sino que trata siempre, incluso después de la conversión inicial, de provocar el encuentro con el Señor Jesús  como Buena Noticia que  cambia el orden de prioridades en la propia vida. Llama a recibir el don de Dios en condiciones nuevas y a reencontrar contemporáneamente el gesto inicial de la evangelización: el de la propuesta sencilla y decidida por el Evangelio de Cristo.

Este catequista realiza  una catequesis de la segunda escucha, en la cual el Evangelio, propuesto como don que no obliga, hace superar el acostumbramiento y  ayuda a crecer en la fe, desde la interioridad más profunda de la persona, que da  y reitera una y otra vez su “sí” a Dios. Convoca a una pertenencia aceptada y a una participación elegidas y no cuestionadas, fundadas en una decisión consciente  que se desarrolla gradualmente. Presenta la fe como un descubrimiento a realizar y una búsqueda a emprender, al estilo de la invitación que Jesús hizo a sus primeros discípulos: “Vengan y vean”. [5] “Expresa el amor salvífico de Dios previo a la obligación moral y religiosa; no impone la verdad y apela a la libertad; posee unas notas de alegría, estímulo, vitalidad; tiene una integralidad armoniosa que no reduce la predicación a unas pocas doctrinas a veces más filosóficas que evangélicas.”[6]

La mesa común
Este horizonte nos pide la formación de dirigentes  mujeres y hombres, líderes en sus comunidades que, sin abandonar la siembra en las parroquias, recorren un itinerario de formación alrededor de una mesa común. Esta imagen quiere expresar la reciprocidad como nota casi esencial del proceso, en un dinamismo de ofrecer y recibir. Todos pueden poner lo mejor de sí mismos y, al mismo tiempo, todos pueden servirse de lo que otros miembros aportan. Esta apreciación combina, por un lado, una sana valoración de las personas y, por otro lado, la justa esperanza de que cada uno dé lo mejor de sí con verdadero espíritu de comunión.

Con acierto, algunos denominarían este proceso como “formación en la acción”, puesto que, durante el itinerario a recorrer, un pequeño equipo de dirigentes preparará una instancia formativa para los catequistas referentes de las distintas comunidades. Ellos, a su vez, recrearán la experiencia en sus comunidades. Esto supone el aprendizaje de unas habilidades y de unas actitudes que podrán transferir a la animación de los equipos de catequistas; a la configuración de los perfiles de coordinadores y a la conformación de matrices colaborativas, con sentido evangélico. Podrán abordarse, en definitiva, éstas y muchas otras cuestiones para el buen hacer catequístico en una Iglesia en salida.

Donde hay vínculos hay vida, sobre todo si los vínculos son profundos, si implican el misterio de uno entregado generosamente al otro que lo recibe, lo enriquece y se deja enriquecer. La formación de dirigentes, en una dinámica de reciprocidad y de vínculos, supone sumar vida a la vida.
“Cuando una comunidad eclesial madura y arraigada en Cristo se reconoce comunidad que evangeliza, se está identificando, en una única misión, con todas las comunidades cristianas del mundo. A imagen y semejanza  de la Trinidad, ellas viven su misión para que la Vida de Dios las desborde y circule, como respuesta de fe, a través de la vida de todos los hombres y mujeres, puesto que todos estamos llamados a formar parte del Pueblo de Dios.”[7]
Ésta es la Vida que queremos sumar a la vida de nuestras comunidades catequísticas. Es la Vida que puede mantener el movimiento catequístico siempre fresco y surgente en una Iglesia misionera.
Feliz día catequista.
Reflexión par el día del catequista, fiesta de San Pio X   Por: P. Jose Luis Quijano 
 
[1] Cfr. Departamento de Misión y Espiritualidad (CELAM) “La alegría de iniciar discípulos misioneros en el cambio de época”, Nº 17.

[2] Cfr. Francisco en la Homilía de la Misa del 1º de enero de 2015 (Solemnidad de María Madre de Dios), celebrada en la Basílica de San Pedro.
[3] Cfr. I SENAC, “La Catequesis en clave misionera. Relación entre Primer Anuncio, Iniciación Cristiana y Catequesis Permanente”, San Pablo, Buenos Aires, 2011, Nº 24.

[4] Cfr. EG 165

[5] Jn 1,39
[6] Cfr. EG 165

[7]Quijano, José Luis, ”La transmisión de la fe, una experiencia eclesial”, recuperado de http://www.isca.org.ar/blogdelrector/articulo.php?id=35, 2006.



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