lunes, 30 de noviembre de 2015

Lunes, 30 de Noviembre. I de Adviento

Fiesta de san Andrés, apóstol

Carta de San Pablo a los Romanos 10,9-18
Hermanos: 
Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. 
Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. 
Así lo afirma la Escritura: El que cree en él, no quedará confundido. 
Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. 
Ya que todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. 
Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de él? ¿Y cómo oír hablar de él, si nadie lo predica? 
¿Y quiénes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: ¡Qué hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias! 
Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación? 
La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo. 
Yo me pregunto: ¿Acaso no la han oído? Sí, por supuesto: Por toda la tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo. 



Salmo 19(18),2-3.4-5. 
El cielo proclama la gloria de Dios 
y el firmamento anuncia la obra de sus manos;
un día transmite al otro este mensaje 

y las noches se van dando la noticia.
Sin hablar, sin pronunciar palabras, 
sin que se escuche su voz,

resuena su eco por toda la tierra 
y su lenguaje, hasta los confines del mundo. 
Allí puso una carpa para el sol




Evangelio según San Mateo 4,18-22. 
Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea, Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que echaban las redes al mar porque eran pescadores. 
Entonces les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". 
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo siguieron. 
Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. 
Inmediatamente, ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron. 



«Venid y seguidme y os haré pescadores de hombres»

     ¡Qué admirable pesca la del Salvador! Admirad la fe y la obediencia de los discípulos. La pesca, como sabéis, requiere una constante atención. Ahora bien, cuando esos se encuentran justo en medio de su trabajo, oyen la llamada de Jesús y no dudan un solo momento; no dicen. «Déjanos regresar a casa para hablar con nuestros próximos». No, lo dejan todo inmediatamente y le siguen, tal como Eliseo hizo con Elías (1R 19,20). Es esta clase de obediencia la que nos pide Cristo, sin la más mínima duda, incluso en el caso que nos apremien necesidades aparentemente más urgentes. Por eso cuando un joven que le quería seguir le pidió si podía ir antes a enterrar a su padre, ni tan sólo esto se lo dejó hacer (Mt 8,21). Seguir a Jesús, obedecer su palabra, es un deber que está por encima de todos los demás.

     ¿Acaso me dirás que la promesa que les había hecho era muy grande? Por eso los admiro yo tanto: ¡cuando aún no habían visto ningún milagro, creyeron en una promesa tan grande y renunciaron a todo para seguirle! Es porque creyeron que, con las mismas palabras con las que habían sido cogidos durante la pesca, podrían ellos pescar a otros.

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