martes, 7 de enero de 2020

¿Qué tienen que ver San Juan Evangelista, el vino y las serpientes?


Un modelo iconográfico clásico que presenta al Evangelista sosteniendo un cáliz del que sale una serpiente condensa una historia poco conocida del santo

Generalmente, a san Juan Evangelista se le ve acompañado de un águila. El águila, es harto sabido, es un animal con una vista portentosa, que le permite ver a largas distancias. Así, se le ha asociado con la visión del Apocalipsis (literalmente, “Revelación”) que el santo tuvo en la isla de Patmos donde, según san Ireneo de Lyon, el evangelista habría escrito el libro.
También se le representa, más comúnmente, sentado, en actitud de escribir, o rodeado de algunos de sus discípulos (la llamada “Escuela Joánica”), dictándoles bien alguna de sus cartas, bien el Evangelio.
Pero hay un modelo iconográfico menos común, en el que el santo aparece sujetando un cáliz con su mano derecha, del que sale una serpiente verde, mientras se lleva la mano izquierda al pecho.
La imagen está relacionada con cierta celebración del día de san Juan Evangelista, que se celebra el 27 de diciembre. Hasta bien entrado el siglo XX, era tradición llevar botellas de vino o sidra ese día a misa, que luego serían bendecidas.
Así, cada vez que se abría una botella de vino o sidra en la casa, un poco de ese vino bendecido en la fiesta de san Juan Evangelista debía ser vertido en la botella nueva.
En algunas regiones, este vino (al que se le apoda “Amor de San Juan”) se les da a los novios al casarse, o se les administra a quienes van a morir, como un sacramental.
La tradición nace a partir de una historia asociada a la biografía del santo: se cuenta que, estando en Éfeso, a Juan le ofrecieron una copa de vino envenenado. Antes de beber, bendijo la bebida y el veneno salió de la copa, en forma de una pequeña serpiente verde.



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