miércoles, 4 de julio de 2018

5 santos que transmiten alegría y buen humor

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El ejemplo de cada uno de ellos te puede ayudar a mantener la sonrisa incluso en los días más difíciles 

Si una cualidad no puede faltar en el “equipaje” del cristiano, es la alegría, de la cual el buen humor es espejo, marco de reconocimiento. Lo dicen las angiografías, lo confirman los textos de reflexión espiritual, no muchos en realidad, lo repiten hasta el cansancio los párrocos. “Un cristiano no puede estar triste” (Avvenire, 28 mayo).
El santo -escribe el papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete et exsultate- “es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado”.

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La sociedad de la alegría de San Juan Bosco

Se dice que san Juan Bosco era particularmente alegre en los momentos de las pruebas más duras. En El joven cristiano instruido, un manual de formación cristiana, don Bosco, escribió: Dos son los ardides principales de que se vale el demonio para alejar a los jóvenes de la virtud. El primero consiste en persuadirles de que el servicio del Señor exige una vida melancólica y exenta de toda diversión y placer. No es así, queridos jóvenes. Voy a indicaros un plan de vida cristiana que pueda manteneros alegres y contentos, haciéndoos conocer al mismo tiempo cuáles son las verdaderas diversiones y los verdaderos placeres (…). Tal es el objeto de este devocionario; esto es, deciros cómo habéis de servir al Señor sin perder la alegría“.
Por ejemplo, al animar el oratorio don Bosco fundó la “Sociedad de la alegría”, en un intento por organizar juegos, conversar, leer libros que contribuyeran a la alegría de todos. Estaba prohibido todo lo que produjera melancolía, especialmente la desobediencia a la ley del Señor. Quien blasfemaba, pronunciaba el nombre de Dios sin respeto, hacía discursos malos, se tenía que ir de la Sociedad.
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Las bromas y la serenidad para todos de Santo Domingo Savio

Para Domingo Savio, santo muchachito, alumno de don Bosco, “nosotros hacemos consistir la santidad en estar muy alegres y cumplir exactamente nuestros deberes”.
En el tiempo libre, Domingo era el animador del juego y de la alegría. Su manera de comportarse, de hablar, hacía bien a todos. Incluso en medio de la alegría, él era amable y educado.
Si uno hablaba, no lo interrumpía. Pero cuando podía, tomaba la conversación. Sabía contar miles de historias alegres, como también discutir de historia y matemáticas. Si la conversación caía bajo, con murmuraciones, hablar mal de alguien, Domingo sabía cómo animarla de nuevo.
Hacía una broma, contaba una historia divertida, y todos se reían y se olvidaban de los discursos malos. El pensamiento de hacer el bien a todos lo acompañaba siempre.
Su serena alegría, su mansa chispa lo volvían querido incluso por los muchachos que de hecho pensaban distinto a él en relación a la oración y la Iglesia. A todo el mundo le gustaba estar con él, y veían en sus sugerencias el interés de un amigo (Don Bosco Land)
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La sonrisa de Santo Tomás Moro

Tomás Moro, apóstol del buen humor, alegre incluso en el patíbulo donde fue decapitado, explicaba: “Todo lo que Él quiere, por muy malo que parezca, es en realidad lo mejor “.
La lección es clara: no existe nada que impida una sonrisa, que justifique el pesimismo o el mal humor.
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Alegría, oración y actividad en San Felipe Neri

El objetivo central de la espiritualidad de san Felipe Neri se basaba en el trinomio: alegría, oración, actividad. En estas tres palabras se contenía todo el secreto de la santidad que exigía de sus muchachos.
San Felipe tenía una imagen de la fe y de la religión no como una serie de obligaciones y deberes a respetar sino como una ropa que vestir. Y esta ropa era siempre de fiesta y alegría. Quería que sus muchachos fueran alegres y pasaran el tiempo, además de en oración, en buenas recreaciones o en actividades lúdicas
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El optimismo cristiano según San Josemaría Escrivá

“El optimismo cristiano no es un optimismo dulzón -escribe san Josemaría Escriba de Balaguer, fundador del Opus Dei- ni tampoco una confianza humana en que todo saldrá bien. Es un optimismo que hunde sus raíces en la conciencia de la libertad y en la seguridad del poder de la gracia; un optimismo que lleva a exigirnos a nosotros mismos, a esforzarnos por corresponder en cada instante a las llamadas de Dios”.



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