Aprende la diferencia entre la necesidad de tiempo psicológico y de tiempo espiritual
Soy médico, en la sala del hospital de seguridad social de la gran ciudad donde laboro, he podido observar a multitud de personas con los más diversos padecimientos y una enfermedad común: el agotamiento.
Por doquier, rostros cansados, miradas tristes con síntomas que gritan que existe algo roto en su interior, más allá de lo orgánico. Un cansancio que les hace arrastrar los pies, tener tensión en el cuello y nuca; hormigueo en los músculos; calambres, contracturas, mentes embotadas, dispersas, sin capacidad de concentración y tantas enfermedades psicosomáticas que los hacen moverse con pesadez en busca de ayuda; que son advertencia de la posible aparición de enfermedades verdaderamente graves. Dan la impresión de ir tirando por la vida, cargando un fardo de peso muerto.
Es un agotamiento crónico que no se disipa descansando; por ello, el internista, el cardiólogo, traumatólogo, oncólogo y demás especialistas, nos enfrentamos en el día a día con este fantasma como el predisponente de tantas enfermedades. El agotamiento crónico es una enfermedad silenciosa y mortal, como suele serlo la alta presión sanguínea, entre otras.
Las personas parecen no saber que su cuerpo, su mente y su alma han perdido su sincronía vital, y se están enfermando por ello. Que los antibióticos solo pueden atacar una infección que no está precisamente en la mente y en el alma, que quedan sin resolverse.
Yo mismo, como todos esos seres, tengo la experiencia de mi propio cansancio. Lo he vivido y asumido, conviviendo con él muchas veces sin saber distinguir entre el cansancio clínico, psicológico y espiritual.
Existe si, el cansancio natural de haber trabajado mucho en una tarea productiva equilibrada, y que se repone con una noche de buen sueño.
Pero yo, absorbido en el trabajo del hacer más, de ganar más, de lograr más, exprimía mi tiempo en largas jornada laborales; en precipitado ejercicio en gimnasios mientras repasaba pendientes en mi mente; en la comida rápida, al tiempo que hacia informes; en fines de semana saturado con compromisos sociales; en el dormir poco para levantarme y vivir pendiente del celular programando y reprogramando actividades. Hasta que caí abatido.
Estaba cansado psicológicamente, físicamente, laboralmente, socialmente. Pero sobre todo, sentía un profundo cansancio en mi ser y deseaba volver a un verdadero encuentro con Dios, conmigo mismo, con los demás; rompiendo con una inercia que me consumía. Sabía que mi mejor medicina era volver a las regiones profundas de mi alma y encontrar la dimensión de las cosas que verdaderamente valen la pena, pues estaba olvidando que para vivir se necesita de todo poco, y que lo poco que se necesita, también se necesita poco. Bien se me podían aplicar las palabras de Jesús en Betania: —Marta, Marta, muchas cosas te preocupan mientras que solo una es necesaria.
Con la comprensión y apoyo de mi familia, me tome unos días en un retiro espiritual, sin celular, sin internet.
Busque esa voz en mi interior, que bien sé que cuando se lo he permitido, me llama por mi nombre para impregnar de paz mi ser, lentamente, dilatándolo, extendiéndolo. Una voz que me habla de infinito, de anhelos de pureza, de sentimientos de generosidad y entrega; que me colma de nostalgia por tocar algo total, pleno, absoluto, perfecto e inefablemente bello. Una voz que me habla de todo aquello por lo que verdaderamente vale la pena vivir y por lo que se justifica mucho el esfuerzo de reordenar las ideas, las acciones y las emociones para recuperar la paz en medio del trajín del mundo.
Decidí entonces bajar mi ritmo de trabajo, de ganar menos dinero, de hacer menos de todo lo que no era estrictamente necesario y encontrar el tiempo de Dios. De recuperar el sentido de mi vida.
Reunidos los apóstoles con Jesús, le explicaron todo lo que habían hecho y enseñado. Y Él les dice: –venid vosotros solos a un lugar apartado, y descansad un poco.
El divino Maestro propone el justo descanso acompañados de Él para redirigir nuestros esfuerzos, sin olvidar que por mucho que nos ocupen las realidades terrenas, la primera realidad es Él.
Debemos aprender a descansar esforzándonos en diferenciar entre el tiempo psicológico y el tiempo de Dios.
El tiempo psicológico es el tiempo cerebral, el que nos representamos, calculamos y repartimos en horas y días; el que intentamos manejar y programar. Ese tiempo que siempre nos falta y del que nunca tenemos suficiente; el tiempo que, o bien pasa demasiado deprisa, o bien demasiado despacio, y que precisamente medimos en términos de rendimiento.
En cambio, tiempo para el espíritu es el tiempo de Dios, es el que por la gracia conduce nuestra vida a su más profundo nivel.
Jesús se apartaba en lugares solitarios, descansaba haciendo cosas diferentes, departiendo, encontrándose con los demás y principalmente en dialogo con el Padre.
Buscaba y encontraba el tiempo del espíritu. Un tiempo, que si nos esforzamos, lo encontraremos también nosotros siempre, en cualquier lugar y circunstancias. De lo contrario, el tiempo psicológico lo abarcara todo, viniendo la quiebra, el vacío, el cansancio total… el cansancio de nosotros mismos.
Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar.
Descansar para contemplar un mundo en el que habita un amor infinito, sin el cual, no sería todo tan bello.
Por Orfa Astorga de L. Máster en matrimonio y familia. Universidad de Navarra.
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