jueves, 27 de abril de 2017

Anda al sagrario, visita a Jesús, que Él NUNCA te va a defraudar.


Hoy estuve con Jesús ante el sagrario.  Llegué más tarde de lo que había pensado. Me pasó algo curioso. Estaba sentado en una banca y de pronto mis pensamientos se fueron lejos. Me detuve en un problema que no sé cómo solucionar. Le di todas las vueltas posibles. Lo miré desde diferentes ángulos. Y de pronto olvidé dónde y con quién estaba.
Reaccioné y me dije:
—¿Qué te ocurre Claudio? ¿No te das cuenta dónde estás?
Me di cuenta que mis aflicciones no eran nada al lado de lo que mi amigo Jesús podía. Para Él no hay imposibles.
Hace mucho aprendí que hay ocasiones en que podemos lograr más con la oración que con nuestros actos. Porque la oración siempre es escuchada por Dios. De forma que decidí por un momento olvidar mis problemas y quedarme rezando.
En ese momento retornó la paz y la tranquilidad.
Me sentí a gusto y feliz.
Y recé.
Me quedé un rato con la esperanza de hallar el camino apropiado  y no desalentarme.
Recé sabiendo que sería escuchado.
Me gustan mucho las oraciones que el ángel de Fátima le enseñó a los pastores Jacinta, Francisco y Lucía. Y suelo repetirlas devotamente.
¡Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo! ¡Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan, no te aman! (Tres veces).
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los que Él es ofendido. Por los méritos infinitos del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María, te pido la conversión de los pecadores.
Salí de aquél oratorio tranquilo. Sereno.
Desde hace muchos años aprendí que la vida se lleva mejor en la dulce presencia de Dios. Tal vez seas incomprendido y te miren como a un “bicho raro”, pero a mí no me importa. Prefiero en mi corazón saber que vale mucho lo que hago,  digo y pienso cuando estoy en la presencia de Dios, nuestro Padre.
Una vez un lector me preguntó qué era lo que había aprendido a lo largo de los años para poder superar la adversidad. Pensé en unas palabras y se las escribí en un papelito que luego doblé y le dije:
“Léelo cuando esté ante Jesús en el sagrario”.
Las palabras eran éstas:
“Confía que Jesús NUNCA te va a defraudar”.

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