jueves, 30 de marzo de 2017

Visitar a Jesús Sacramentado los jueves, te cambia la vida (Un Testimonio sorprendente)


Hoy es jueves Eucarístico. Por algún motivo los grandes eventos en mi vida ocurren los Jueves Eucarísticos. Cuando espero algo importante, sé que ocurrirá un día como hoy.
He venido a ver a Jesús en un pequeño oratorio que para mí es la antesala del cielo. Me recuerda las palabras que le atribuyen a santa Teresa de Jesús:
“Donde está Dios es el cielo”.
Qué belleza. Y aquí está Dios. Estoy con Él ante su presencia amorosa.
Le he dado tus saludos. (Me acordé).
Muchos de los que leen mis escritos con generosidad y bondad le mandan mis saludos a Jesús cuando lo visitan en el sagrario. Y es que me encanta sorprenderlo. Hoy por ejemplo en Tierra santa hay una joven que le está dando mis saludos en una capilla hermosa.
A veces me dicen: “No deje usted de darle mis saludos”.
Y aquí estoy con Jesús, saludándolo de parte de tantos lectores.
Los jueves Eucarísticos son días maravillosos porque lo exponen a Jesús Sacramentado y los fieles que desean pueden venir a saludarlo.
Me gusta mucho esta oración:
Vengo, Jesús mío, a visitarte.
Te adoro en el sacramento de tu amor.
Te adoro en todos los Sagrarios del mundo.
Te adoro, sobre todo, en donde estás más abandonado y eres más ofendido.

Para mí verlo en el sagrario es tener una puerta de por medio. Pero los Jueves Eucarísticos tengo el privilegio de verlo y saber que Él me ve.
En esta capilla el santísimo tiene una puerta pequeña, redonda, al frente. La abren y puedes disfrutar su presencia.
Hoy he venido a buscar paz.
Necesito paz en mi vida. Tengo tantos problemas por resolver y en ocasiones no tengo idea qué hacer.
Vengo aquí con Jesús y el panorama se aclara. Todo es más sencillo. Me doy cuenta que todo pasa. Estamos llamados a vivir una maravillosa eternidad. Los problemas terrenales suelen ser pruebas para fortalecer tu fe.
Suelo decir esta bella jaculatoria: “Jesús en vos confío”.
En ese momento ocurre algo inesperado.
Es como si Él te preguntara: “¿Confías realmente?”

Me parece una pregunta justa. La forma como he actuado ante las dificultades deja mucho que desear. Muestra mi poca confianza. 
Si verdaderamente confiara andaría sereno, tranquilo, en paz. Sería plenamente feliz.
Él es el hijo de Dios. No hay nada que le sea imposible.
¿Por qué me preocupo? Porque confío poco.
En ese momento, cuando llego a esta triste conclusión, sólo me resta clamar:
“Señor, auméntanos la fe”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario