¡Oh! Señor, mi corazón ya no es ambicioso,
ni mis ojos se han vuelto altaneros.
No he pretendido grandes cosas
ni he tenido aspiraciones desmedidas.
No, yo aplaco y modero mis deseos:
como un niño amamantado en brazos de su madre,
así está mi alma dentro de mí.
Espere Israel en el Señor, desde ahora y para siempre (Sal 131).
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