viernes, 20 de mayo de 2016

Enfrentando conflictos, en la Iglesia y fuera de ella, con misericordia

JERUSALEM : Pope Francis (R) and Israel's President Shimon Peres plant an olive tree after their meeting at the president's residence in Jerusalem on May 26, 2014. Pope Francis navigated the minefield of the Israeli-Palestinian conflict and humbly bowed to kiss the hands of Holocaust survivors on Monday, the last day of a Mideast trip laden with bold personal gestures. AFP PHOTO/POOL/AMIR COHEN

El Año Santo de la Misericordia querido por Papa Francisco también tiene un aspecto geopolítico. La Iglesia pone a disposición del mundo el espacio temporal del Jubileo como ambiente propicio para desmantelar conflictos, detener el flagelo de la guerra, afrontar juntos las emergencias globales.
Papa Bergoglio pronunció hoy esta propuesta en términos directos y concretos: dirigiéndose a los representantes diplomáticos acreditados ante la Santa Sede, en el tradicional discurso de principio de año, renovó ante todos ellos “la plena disponibilidad de la Secretaría de Estado para colaborar con ustedes en la promoción de un diálogo constante entre la Sede Apostólica y los países que representan”, y declaró explícitamente su “íntima certeza” de que el año jubilar (inaugurado intencionalmente en Bangui, en un país muy afectado “por el hambre, la pobreza y los conflictos”) podrá ser una “ocasión propicia para que la fría indiferencia de muchos corazones sea vencida por el calor de la misericordia, don precioso de Dios, que transforma el temor en amor y nos hace artífices de paz”.
En la Bula Misericordiae VultusPapa Francisco manifestó la intención de no transformar el Año Santo en un “tiempo propicio” exclusivamente para los devotos o para las categorías de católicos “comprometidos”, sino de ofrecerlo como ocasión de reconciliación también para los no cristianos, empezando por los judíos y musulmanes. Un tiempo que no excluya, a priori, la posibilidad de aplicar las dinámicas “jubilares” de la cancelación las deudas o de la reconciliación entre enemigos, incluso en los intentos por afrontar los conflictos y las crisis internacionales que atormentan a pueblos y naciones.
La sugerencia jubilar se dirige a todos, sin cálculos interesados. Papa Francisco no pretende defender a una civilización frente a otros sujetos activos en la escena del mundo. Repite que la acción de la Santa Sede a nivel internacional tiene como horizonte el bien de toda la familia humana. Por ello no tiene problemas a la hora de crear ejes privilegiados o colaboraciones exclusivas con determinada entidad geopolítica preminente.
¿Cómo ayuda la Iglesia a gestionar conflictos ajenos?
La Iglesia en el tiempo de Papa Francisco no apuesta por buscar padrinos y apoyos geopolíticos, y no pretende afirmar con sus fuerzas la propia “relevancia” en la historia. Por lo tanto, tampoco tiene problemas al adquirir ciertos márgenes de influencia que concurren (o que crean redes de alianzas preferenciales) con los poderes mundanos.
La misma diplomacia vaticana (tal como declaró una vez el cardenal Secretario de Estado Pietro Parolin) tiene la tarea de “construir puentes, en el sentido de promover el diálogo y las negociaciones como medios para solucionar los conflictos, para difundir la fraternidad, para luchar contra la pobreza y para edificar la paz. No existen otros ‘intereses’ ni ‘estrategias’ del Papa y de sus representantes cuando actúan en el escenario internacional”.
El efecto y los resultados obtenidos demuestran que justamente una cierta distancia de pretensiones y alineaciones geopolíticas prefabricadas favorece la elasticidad y la eficacia con las que la actual guía de la Iglesia ejerce su discernimiento sobre el mundo. La mirada evangélica y la misma referencia a la misericordia alimentan una percepción realista de los contextos y de los problemas. Justamente la fuente evangélica de esta mirada ayuda a esquivar conformismo o ideologías al servicio del poder, y parece inmune a idealismo utópicos y a perfeccionismo neo-rigoristas.
Así, al afrontar cada una de las cuestiones, el discurso a los diplomáticos de Papa Francisco pone a disposición de todos reservas de pensamiento crítico que desmontan clichés y recetas preconfeccionadas, y sugieren pistas para trabajar en la búsqueda de soluciones concretas.
La misma “emergencia migratoria”, argumento principal del discurso, ha sido afrontada por el Papa con la mirada de quien reconoce en las migraciones un elemento de la historia de la salvación, que atraviesa la historia del mundo, desde el viaje de Abraham hasta la deportación del pueblo elegido en Babilonia, pasando por la fuga hacia Egipto de María y José para salvar a Jesús.
En su discurso de hoy, Papa Francisco no separó las tragedias de hoy (las limpiezas étnico-religiosas, las muertes de migrantes en el mar, las guerras…) de los problemas “relacionados con el comercio de armamento, con el acceso a materias primas y energía, con las inversiones, con las políticas financieras y de apoyo al desarrollo, hasta con la grave plaga de la corrupción”.
Una vez más, el Papa indicó que la raíz global de los sufrimientos colectivos de quienes huyen de guerras y tragedias humanitarias es “la cultura del descarte” que prevalece y que no considera a las personas, sobre todo si son “pobres o discapacitadas, si ‘todavía no sirven’, como los que están por nacer (explícita referencia a la mentalidad abortista, ndr.) o ‘ya no sirven’, como los ancianos”.
¿Cómo gestionar los conflictos internos en la Iglesia?
Ya que los conflictos en la Iglesia son reales y aparecen con frecuencia, tenemos tres opciones: los ignoramos, haciéndonos de cuenta que desaparecerán —la opción menos sabia—, o los intentamos resolver; y si se intenta resolver algún conflicto y no se logra, es posible que la salida sea guardar distancia.
He presentado tres opciones posibles (ignorar, resolver o distanciarnos) y como la última de ellas (distanciamiento) podría ser difícil de entender deseo explicarla mejor. Si dos hermanos no encuentran la forma de ponerse de acuerdo en un asunto secundario en la mayoría de los casos pueden continuar trabajando juntos o por lo menos, trabajando por separado en el mismo lugar.
Sin embargo, existen situaciones —como podría ser un viaje misionero— en que para continuar juntos tenemos que necesariamente estar de acuerdo no solamente en el fin (predicar el evangelio y hacer misericordia), sino en la forma (un equipo de tres o dos personas por dos años) y los medios (por barco). De no lograr un acuerdo la única posibilidad de avance está en el distanciamiento. Con todo, ambos deberían entender que no siempre es posible ver las cosas desde la misma perspectiva, pero que somos hijos de un mismo padre y la parte emocional del conflicto debe detenerse, aunque permanezca la parte estructural que nos separa.
Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca. (Colosenses 3,8)
Aunque no siempre es posible llegar a un acuerdo, siempre es posible bajar las armas y abandonar la hostilidad: la amargura, el enojo, la ira, la gritería y demás manifestaciones de la desavenencia.
Estoy haciendo una diferencia entre la parte “emocional” y “estructural” del conflicto y uso estas palabras al no encontrar otras: lo emocional es la amargura, el enojo, la ira, la gritería y demás manifestaciones de la desavenencia(A) y lo estructural es la desavenencia en sí. Aunque no siempre es posible llegar a un acuerdo, siempre es posible bajar las armas y abandonar la hostilidad. Sería como decir: yo entiendo que es posible lograr el objetivo en dos años viajando a pie con un equipo pequeño y tú entiendes que es posible lograrlo en tres meses con un equipo más grande y por barco; ambos buscamos lo mismo para la Gloria de Dios, pero no estamos de acuerdo en la forma y los medios. Viajemos por separado y que no se detenga la obra. Sería esa una separación saludable con dos beneficios: resuelve la desavenencia sin hostilidad y aumenta la expectativa de fruto.
En todas las relaciones los conflictos y los distanciamientos son normales, lo que necesitamos no es evitarlos, sino aprender a administrarlos. Una buena administración evita que el conflicto degenere en un problema mayor y al mismo tiempo, evita que el reencuentro requiera reconciliación, pues solamente quienes terminaron mal necesitan reconciliarse, quienes se distancian sin hostilidad simplemente se reencuentran. En la parte final retomaré esta diferenciación.
Comparto a continuación tres consejos, que expresan la forma en que la iglesia debe ver el conflicto que sucede por las diferencias de opinión y en la medida de lo posible, resolverlo o distanciarse. Lo mismos están basados principalmente en la relación de Pablo, Bernabé y Juan Marcos (Hechos15, 36-41), algunos pasajes secundarios y la sabiduría de los Proverbios.Leer tambien Colosenses 3,8

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